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Foto del escritorNathalia Paolini

El vestido rojo

Recuerda perfectamente el día que lo compró. caminaba por las calles del barrio gótico y entró a esta tienda tan bonita, con zapatos de colores en la vidriera y ese aire trasnochado pero que olía a nuevo.


Entró como siempre para echar un vistazo, buscaba algo que se adaptara a su bajo presupuesto y se pareciera a ella. No tenía mucha esperanza de encontrar algo allí pero ese estilo de ropa siempre le ha llamado la atención, desde niña se ha dicho que si existiese la reencarnación, seguro ella vivió a tope esos años vaporosos, musicales y convulsos de los 50's


Cuando lo vio colgado fue un flechazo inmediato. Preguntó el precio, se escapaba un poco del presupuesto, si lo compraba ya no quedaría para comprar los zapatos.


¿Te lo quieres probar? preguntó la dependienta


Por supuesto que quería. Entró al probador, se desvistió y descolgó el vestido con delicadeza, lo deslizó por la cabeza y sintió la suavidad de la tela en la piel. El vestido cayó con soltura sobre su cuerpo. Subió la cremallera lateral y el ajuste coincidió fácilmente con su silueta, era perfecto.


Estaba en problemas ¿cómo iba a dejar escapar esa preciosidad de vestido? ¡si parecía hecho a su medida! Nunca ha sido demasiado banal, pero en ese momento el vestido era lo más importante sobre la tierra.


"Me lo llevo" dijo.


¿Quieres llevarte unos zapatos? se apresuró a preguntar la dependienta


" Si, pero no me alcanza el dinero" dijo ella con una media sonrisa resignada


La dependienta le devolvió una sonrisa lastimera que no supo descifrar si era hacia ella o por no haber redondeado la venta.


Salió de la tienda muy feliz, ilusionada sobre el día que se pondría el vestido.


Finalmente el día llegó y fue un día de primavera en pleno otoño. El clima era tan cálido que no era necesario llevar ni siquiera un abrigo de entretiempo, con lo que el vestido rojo lucía en todo su esplendor.


Después de ese día, colocó el vestido en un porta trajes y lo guardó en el armario. Esperando el momento de volver a usarlo. Los días pasaban y la vida no otorgaba un momento especial , una excusa. De vez en cuando ella lo miraba preguntándose por qué si le gustaba tanto no lo usaba, que daba igual la ocasión, pero no quería parecer ridícula usando el vestido para ir a una fiesta en casa de amigos o una cena cualquiera. La verdad que su vida social no era tan glamorosa. El vestido se fue quedando olvidado en el porta traje del armario, ya sólo era un recuerdo de un día bonito, se contentaba con mirar las fotos y aparentar que era feliz.


Como al vestido, ella también se fue encerrando a sí misma y era difícil reconocerse en la oscuridad.


Tenía la sensación de haber entrado en un laberinto que se hacía cada vez más grande y no era capaz de encontrar la salida ¿ cuándo había pasado? ¿en qué momento había caído en la trampa? ¿cómo podría volver a salir?


Se veía al espejo y ya no encontraba a la chica del vestido rojo.


En una ocasión intentó ponérselo sólo para ver cómo le quedaba y lo encontró estrecho, incómodo. Lo guardó apresuradamente en el fondo del armario ya sin el porta traje, por lo que cada vez que buscaba algo para ponerse, el vestido rojo saltaba como un recordatorio de lo que había sido.


¿Podría volver a usarlo alguna vez? ¿Porqué simplemente no se deshacía de él? ¿Para qué guardar algo que no usas? - se increpaba a sí misma sentada frente al armario- sin encontrar el valor suficiente para sacarlo, meterlo en una bolsa y donarlo, como a menudo hacía con la ropa que ya no usaba. Pero con éste vestido no podía hacerlo, no sabía explicarse por qué.


Pasó un tiempo, no se puede decir que mucho, tampoco que fue poco. Fue un tiempo detenido en la bruma espesa de la desazón. Hasta que un día, la compuerta de salida del laberinto en el que corría sin cesar se abrió de par en par.


Como suele pasar con las personas que llevan mucho tiempo encerradas, no sabía que hacer, si atreverse a salir o quedarse dentro del laberinto. Si correr con todas sus fuerzas o caminar despacito, no vaya a ser que hubiese un precipicio tras la salida y terminara hecha añicos.


Después de pensarlo detenidamente y aún muerta de miedo, decidió caminar firmemente hacia la salida.


Y aunque no se llevó casi nada, lo primero que cogió fue el vestido rojo.







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