Llevo dos semanas sin escribir, aunque me parecen mucho más. El tiempo pasa de otra manera cuando nos alejamos de la cotidianidad y todo es nuevo, diferente. Los sentidos se vuelven esponjas y nos llenamos de nuevas imágenes, olores, sabores, texturas, volvemos a ser como niños descubriendo el mundo, absorbemos todo, conectando de nuevo con nuestra capacidad de asombro que parece perdida entre las tribulaciones de la adultez.
Viajar es alimento para el alma, que dicen que se queda un rato más dando vueltas por ahí y por eso la sensación de irrealidad al volver, de no encontrarse en ningún sitio. Hacer el esfuerzo por reconocer lo que apenas ayer era lo usual.
Siempre después de un viaje me pongo a pensar en lo poco que nos permitimos éstas experiencias, por la razones que sean ( que la mayoría de las veces son económicas) y también en su brevedad, paradójicamente necesaria para hacerlas únicas, al menos en los casos en los que viajar constantemente no es una forma de vida.
En un viaje pueden pasar muchas cosas que si estamos atentas nos dan señales de cómo estamos con nosotras mismas y nuestra vida, abrir la ventana permite airear el espacio interno y empezar a organizarlo de otra manera, requiere mucha conciencia y sobretodo mucha disposición para mirar lo que necesitamos cambiar (si es que surge esa necesidad por supuesto) y tomar la decisión de hacerlo. Quizá lo último sea lo más complicado, pero no imposible.
No quiere decir que si no hay viaje no hay descubrimientos ni tampoco que un viaje signifique siempre un detonante. Todo depende del momento en el que estamos, de la manera en que conectamos con la experiencia y nuestras propias necesidades. Sin embargo, salir de nuestra pecera sin duda nos coloca en una nueva tesitura que podemos aprovechar para mirar ese lugar que ha quedado vacío, eso que somos cuando estamos allí y lo que sentimos al respecto.
Muchas veces éstas sensaciones se diluyen cuando volvemos porque la vida que dejamos momentáneamente ha seguido su ritmo y parece que tenemos que correr para alcanzarla, pero si algo se ha movido ¿qué pasaría si lo dejamos fluir? ¿hacia dónde nos llevaría? Quizá podríamos encontrar la manera de ir redireccionando la ruta de forma progresiva hacia una vida más parecida a nosotros, en lugar de dejarnos avasallar sin piedad.
Los viajes pueden ser físicos, mentales, espirituales, emocionales y todos nos modifican si contamos con la suficiente flexibilidad para dejar que lo hagan, la experiencias nos van cambiando, no tiene que ser un cambio drástico, basta con una sensación que poco a poco se expande y abre caminos.
Sólo se trata de dejar que pase.
“Viajamos para cambiar, no de lugar, sino de ideas.”
– Hipólito Taine
Foto @solo_zeta
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