Tengo que confesar que de un tiempo para acá me he vuelto una persona práctica. Doy mucho menos importancia a cosas que antes eran súper importantes y a otras tantas a las que me aferraba como un koala a su árbol favorito.
Supongo que tiene que ver con la edad ( aunque no es necesariamente un binomio indisoluble) Por ejemplo: paso menos tiempo decidiendo que me voy a poner, me maquillo lo estrictamente necesario, no uso tacones, no espero la aprobación de las personas respecto a mis actos, he aprendido a dejar ir a quien no quiere estar, me he vuelto mucho más gatuna que antes. No aguanto comentarios insidiosos ni la subestimación que me tragué durante años.
Puede decirse que he perdido la piel blandita, cierta dulzura y la necesidad de agradar siempre. Pero he ganado una seguridad y amor propio que me sostienen y me resguardan.
He cambiado algo y ahora mi casa podría ser finalmente la del tercer cerdito, después que el lobo destrozara las otras dos. Una casa fuerte y un poco rústica de puertas para afuera.
Lo mismo pasa con el lugar donde vivo. Me gusta, es luminoso, grande, con un toque viejuno y muy sencillo. Sin embargo para alguien que no vive allí, puede resultar impersonal, porque no está especialmente decorado, cosa que es rara en mí que a donde llegaba me entusiasmaba poder decorar todo a mi gusto. Dos años después eso no ha pasado.
Me pongo a pensar porqué, la respuesta es que aún no la consideraba mi hogar. Recuerdo que a Madrid llegué como traída por las circunstancias, aunque es cierto que fue una decisión que habría querido tomar desde hace tiempo. Pero la consciencia de hogar no la tenía presente.
Ahora que las circunstancias han cambiado y estoy en casa todo el rato, trabajando, entrenando, creando, la necesidad de un espacio práctico pero a la vez acogedor se va haciendo notar.
También me invita a mirar mi propia practicidad, hasta dónde está bien el desapego, que quizá sea bueno recuperar ciertas cosas, suavizarlas sin perder el estoicismo ni permitir el daño.
Nuestros espacios internos también pueden ser remodelados, redecorados. Tirar lo que ya no funciona, poner una luz nueva, cambiar de color las paredes, colocar una ventana, cambiar de lugar una puerta, poner flores y hacerlo un hogar cálido y confortable.
Y si es necesario tirar la casa completa y hacer una nueva, ladrillo a ladrillo, construyendo un lugar seguro y bonito donde podamos vivir solos , pero que también podamos compartir si llega el momento de hacerlo.
Una casa con vida, un hogar donde poder sentirnos felices.
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